Sé como te sientes.

Sé lo que es perder la razón de tu vida como si hubiera muerto.

Sé lo que es esforzarse por cambiar para que volviera, y nunca ha aparecido por la puerta.
Sé lo que es que te digan que no están enamorados,
que ya no sienten la pasión,
que no quieren seguir.

Sé como te sientes,

por eso sigo intentando estar a tu lado para demostrarte que sigo aquí,
que no me he ido, aunque mis sentimientos hacia ti sí.
Y creo que esto no te está haciendo ningún bien.
Pero no quiero dejarte solo,
a ti no,
aunque no me lo dieras todo,
aunque me desilusionara con el paso de los días,
aunque me ahogara y me agobiara,
aunque me quedara sin vida propia,
aunque dejara de quererte,
nunca te dejaré solo.

Estoy presente en la ausencia que te visita día a día,

yo no quería, ni quiero;
quiero que te olvides de mí,
que tengas cojones de pisar el pasado y comerte el porvenir y todos los menús de la carta de la felicidad,
te lo mereces.

Te lo mereces todo menos a mí, te lo digo yo, que no soy de fiar.

He sido la persona que más has querido, y la que más te ha hecho daño.

Es por eso por lo que me siento culpable cada día que pasa,

que me hablas y me recuerdas que darías mi vida por mí,
que cambiarías todo,
que aún recuerdas nuestras noches de películas, nuestras salidas a por golosinas, nuestros paseos por la ciudad, por los parques, por el río, nuestras cosquillas, todos los detalles y las cartas, todas las sorpresas que te preparé, todas las comidas, meriendas, cenas, todo lo que hacía por ti.

Sigues recordándomelo todo,

y me sigue doliendo porque no puedo quererte,
no puedo querer de la misma manera con la que te quise.
Te lo dí todo,
anulé mi yo para crear un nosotros en segunda persona del singular.

El problema fue ese,

tripliqué los deseos del genio de la lámpara, y los fui multiplicando a lo largo de los años,
esclavizándome;
pero lo único que me importaba era tu felicidad.

Mi felicidad era la tuya,

tu felicidad era la tuya propia de tener todo lo que recibías,
te lo merecías,
pero creo que yo también.

Volví a activar mi yo,

me miré al espejo,
y sólo te veía a ti.

Fue cuando decidí parar y ver la balanza de progreso de mi vida,

seguía intacta desde la primera disputa que tuvimos en la que me dí cuenta de que éramos totalmente diferentes,
incompatibles en todos los sentidos,
pero te veía feliz, y tenía miedo de hacer daño a una persona que estaba esforzándose en quererme,
esfuerzo que nadie había querido hacer por mí.

Me miré al espejo,

y no era yo.

Quise obligarme a mí misma a volver a quererte,

a volver a sentir por mi piel esa sensación de placer con tu tacto,
mirarte y sentir una adrenalina interior que activaba mis piernas para ir corriendo hacia a ti.
Quise obligarme a volverte a querer,
pero no pude,
el corazón y el cerebro van a ritmos diferentes,
son totalmente incompatibles.
Igual que nosotros.

Como no tuve nada, te olvidé;

como lo tuviste todo, no pudiste.

Ojalá me odiaras de la misma manera con la que me has querido,

sería el primer paso para olvidarme,
después indiferencia, 
Y así, solo así, podrás volver a verme.



Comentarios

Entradas populares de este blog