Dejé de creerte cuando me dijiste que discrepabas acerca de que nadie me buscaba.
No soy de las que se le acercan los chicos,
ni de las que agradan la vista,
ni muchos menos las de volver a verla.

Dejé de creerme cuando te dije que no sabía si era bueno o malo que me gustaras,

porque sabía que siempre era malo,
antes era de las que hacían de una noche un poemario,
de las que se quedaban al día siguiente a comer,
a merendar,
a cenar,
de las que se quedaba porque tenía miedo a estar sola.

Antes.


Ahora sigo teniendo miedo,

pero sólo escribo para clasificar los momentos según la intensidad de la emoción,
y guardarlos bajo llave,
para que dejen de sangrarme.

Ahora soy de las que no se quedan ni por la mañana ni por la noche,

las que directamente te ahorran la despedida y evitan el hola con orden de respuesta.
De las que ya no miran a nadie.

La chica solitaria.


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