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Existen madrastras realistas que les tocan, por obligación, el papel de conciencia del bien y del mal de príncipes y princesas, sobreprotegidos por hadas madrinas que le han concedido toda su vida el sí a las demandas y deseos de esos pequeños y pequeñas para que fueran felices. Y no lo son. Son príncipes y princesas sin moral, sin pensamiento propio ni educación que han crecido con el ego como epicentro del mundo y cuando actúa la madrastra, se le acusa de exceso de poder y de autoridad. Están cansadas. Están cansadas de ser las malas del cuento, Sólo quieren dar un poco de realidad a ese mundo de irresponsabilidades y futuras frustraciones que tarde o temprano convertirán al príncipe y a la princesa en un animal, en vez de una persona normal. Las madrastras son aquellas malvadas, brujas, que son madres pero no tienen derechos,  son madres pero no tienen afecto, son madres involuntariamente y no tienen agradecimiento.  
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  En cada corazón hay un cementerio de flores resecas que no se ha llevado el viento, un libro interminable de puntos suspensivos que no tiene fuerzas para pasar a la siguiente página, una ilustración malpintada de grabados y manchas que no verá la luz, unas escaleras con peldaños rotos, una pasarela quebrantable a cada paso que no soporta el peso del tiempo. En cada corazón hay una coraza de hierro que el tiempo endurece y oxida, que cuando arde se hace herida, y sigue vivo con cicatrices que se curaron con esas flores resecas que no quiso llevarse el viento.
  Y vuelve el demonio a resoplar las cenizas de una hoguera que no encendimos de una herida que apuñaló. Vuelve el demonio a evitar la vida a vengarse de las almas vivas a absorber la energía positiva a provocar la ira. Y vuelve el demonio a avivar cenizas; pero esta vez, no nos remueve, no nos va a quemar, no nos va a herir, no nos va a alterar.
  La vida es una aguja desafilada moviéndose en torno a mi globo,  que poco a poco va perdiendo la ingravidez de la felicidad. Me muevo bajo amenaza de que un día vaya a explotar. Y paro. Paro en medio de este agobio que me enrojece el rostro y arde, este agobio que entrecorta suspiros este agobio que inunda mis ojos este agobio que bloquea y paraliza que llora y no termina que grita en un vaso lleno de vacío entre el borde y mi boca, que oscurece y engarrota, este agobio en el cuerpo que no me deja controlar lo que está sucediendo. Y paro.
  He sido esclava de muchas vidas ajenas,  callada y atormentada por no decir lo que pensaba,  actuando de distintas maneras para no ser descubierta,  actuando como queríais que fuera. He sido esclava de la vida de unas figuras que no encajaban,  intentando unir las piezas deshechas por las mentiras,  queriendo que el tiempo los pusiera en su lugar,  lejos,  donde su daño no llegara hasta mí. He sido esclava de la vida de mis tándem, anulando lo que sentía para no seguir sufriendo; diciendo que si cuando era no por temor a ser abandonada. He sido esclava de vidas ajenas y ahora lo soy de la mía, intentando no dejar a mi mente que se adentre en los recovecos de mis miedos y active la ansiedad que llevo dentro, querer hacer y no tener hueco querer estar y no tener tiempo querer felicidad y solo tener sufrimiento
  Hace un tiempo decidí no mirar más atrás, no agrandar otra vez la herida, ayudar a mi cuerpo a cicatrizarla y a mi alma a olvidar todo aquello que hería. Hace un tiempo decidí mirar hacia adelante, lo que ha conllevado a perderme momentos de crecimiento y avance de personas que quiero, he alargado distancias con personas que aprecio y ahora me arrepiento. Hace un tiempo decidí cambiar de vida pero la anterior sigue presente en mis pesadillas, golpeando en la nuca para que no pueda levantar cabeza. Por eso ahora guardo recuerdos escritos en folios humedecidos que no verán luz, solo polvo; guardo poemas de lo que pudo ser y no fue, de lo que sí, de lo que podría ser y no será, de lo que puede que sea. Puede que haya dejado de escribir porque , sin la vida de antes,  ya no puedo hacerlo.