Apareció,
no había ni un solo día ni una sola noche en la que el tuerto no apareciera,
como siempre,
mirando desde la barra del bar.

Se fijó en mí,
le di pena,
y se quedó conmigo.

Ya no puedo evitar la mirada del tuerto,
se ha enamorado de mi tristeza,
y quiere seguir mirándome.

Comentarios

Entradas populares de este blog