Nos conocimos un día de esos en los que todo sale bien, en el que no hay nada planeado, en el que solo necesitabamos palabras llenas de experiencias, bromas, intereses comunes y descomunes.

Era perfecto. Chico perfecto, en el momento perfecto, en la distancia perfecta, ni tan lejos ni tan cerca.

Si, era uno de esos días en los que todo saldría bien. Cervezas, comida, risas, aceite de las patatas en los dedos que nos limpiaríamos disimuladamente entre la ropa de una tienda; cosquillas, más risas, y mirada cómplice, transparente, solo con el interés de querer conocerme. No habíamos llegado a mi casa y ya estaba planeando la próxima quedada; después de mucho tiempo había alguien que quería volverme a ver sin interés sexual. 
Todo salió bien. Quise compartir una parte de mí con él, y le llevé a un recital de poesía.

No todo salió bien. En el siguiente encuentro todo cambió. Odiaba la poesía, la cerveza, los bares. Prefería los vídeojuegos, los vídeos sobre ellos. Su mundo era eso, y no había espacio para lo mío.

Ese día era uno de mis días. Me dijo que para el escaso tiempo libre que tenía prefería salir a estar en un bar, que le amargaban mis historias y no quería desperdiciar su tiempo. Cogió su ropa y se marchó. Ni un abrazo, ni un beso, ni un adiós. Dijo que no era la persona que buscaba, quería a una chica positiva, con la vida planeada y planes de futuro, y no a una caótica como yo.

No hay personas perfectas, 
ni momentos perfectos. 
Solo días en los que todo sale bien en el mundo donde pasan cosas buenas,
y días como los de mi vida, en los que no son como los esperaba, y dejo que pasen, vean y se larguen.

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