Era de noche, de eso estaba segura.

En medio de la carretera, sin luces, sin líneas divisorias de cambio de dirección.

No podía percibir ni mis manos, ni mis pies,
quizás era mi alma que estaba harta de aguantar siempre los mismos pensamientos suicidas y necesitaba respirar un poco de aire en medio de aquella carretera.

Ya no habían montañas por las que escalar,

ni mares por los que nadar,
ya no había cielo por el que dejarse llevar.

No, tampoco era de noche,

tampoco había luna ni estrellas.

Era mi cuerpo vacío y muerto, lleno de cicatrices por cada tren que había pasado por encima y no quiso parar para quedarse.

Mi alma había sido más rápida, salió lo más rápido de mi cuerpo inerte para salvarse.

Pero sin cuerpo, el alma no servía de nada.


Se quedó esperando la última luz del último tren,

esperando una luz que iluminara el vacío del cuerpo,
para encontrar la grieta por la que escapó su alma.

Y ahí sigue,

esperando a ese último tren,
antes de que sea demasiado tarde.

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