Desde pequeña, siempre he tenido la manía de meter los dedos en el pan,
y arrancar las mollas blandas, dejando la corteza,
y salir corriendo sin que nadie se diera cuenta.
El problema es que lo he hecho conmigo misma,
arrancándome la blandura, dejando la corteza dura e inmasticable.
Y los que me mastican,
tarde o temprano se dan cuenta de que estoy vacía por dentro,
y tienen miedo de verse atrapados entre tanta dureza.
Por eso he aprendido a comerme la corteza de los demás,
y reservar la ternura de la molla para el que venga detrás.
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